Desde el delgado marco que sostiene ese vidrio que nos separa, te veo pasar frente a mí todos los días. Y estas allí con ese rostro que no reposa, que calla mientras no respira y con aquellos ojos que aplastan la soledad, implorando que los gritos de esa voz que solo veo en sombras, se apague con la muerte del día.
Cuando la luna suele deslizarse por el intersticio del marco que une nuestros mundos, puedo escuchar tus sollozos que se cuelan desde esa habitación oscura que habitas. Aunque el conteo de las lunas ha señalado ya algunas arrugas en ese rostro que he acompañado en el silencio, se que puedo arrancarte y verte aquí, conmigo.
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