Partimos para regresar un día


Por: Julia Esther Vélez Santos
Sobre el Autor

A mi Hijo
No desees mi poesía: la poesía
De tu padre no te dará la felicidad,
Si no te haces eterno tu mismo,
Yo no te daré la eternidad.
Talvez sea yo quien
Consiga La eternidad en tus manos
Safiq Maluf

Desde las seis de la tarde de 20 de Julio de 1969 comenzó a llegar la gente a la casa de Marcelina Farak, a las afueras del pueblo; paulatinamente Los Palmitos1 se fue quedando vació y el silencio se apoderó del lugar. A la casa de la vieja marche –como le decían a Marcelina- no le cabía un alma más, la gente estaba sentada en los corredores, en el piso y mucha estaba de pie por que las sillas que habían no dieron abasto. Estaban reunidos en un salón con ventanales amplios en el que funcionaba un restaurante, a pesar que la infraestructura del espacio ofrecía una óptima ventilación el calor se había apoderado del lugar. ¡Parecía que estábamos regalando plata! Decía mi abuela, la vieja Marche, mientras se mecía en la hamaca que estaba en la cocina de su casa.

A las nueve de la noche, Carlos Enrique, uno de los hijos de Marcelina entró al salón con una caja que colocó en medio de la gente, que inmediatamente comenzó a organizarse en media luna alrededor de la caja. Con la parsimonia que lo caracteriza Carlos ayudado por su tío Dorcey abrió la caja y sacó un televisor Sony, este lo había comprado tan solo un par de días antes en Maicao. Mientras escuchaba a mi abuela recordaba a Melquíades cuando llegaba con un nuevo invento a Macondo.

Carlos encendió el aparato y lo conectó a una antena improvisada que habían hecho esa misma tarde. Cuando lo encendió no se veía más que interferencia, todos los asistente se miraban desilusionados. Pero sintonizó rápidamente el canal, la gente se acomodó como pudo y comenzaron a ver la transmisión del arribo del hombre a la luna. Eran exactamente las 10:56 P.M. cuando Armstrong descendió por una escalerilla con su traje espacial y puso el pie izquierdo sobre la Luna. Sus primeras palabras fueron "Estoy al pie de la escalerilla. Las patas del Águila sólo han deprimido la superficie unos cuantos centímetros. La superficie parece ser de grano muy fino, cuando se la ve de cerca. Es casi un polvo fino, muy fino. Ahora salgo de la plataforma". Luego diría la frase histórica: "Este es un pequeño paso para el hombre; un salto gigantesco para la Humanidad". Este fue el tema de conversación de todo el pueblo los días posteriores, muchos años después todavía en las cocinas se comenta sobre la noche en la que vieron llegar el hombre a la luna. Creo que la gente de Los Palmitos no era consciente del momento del cual participaba, si hay un hecho histórico del que hizo parte el mundo entero es este, si no lo hubiesen transmitido en directo sería solo de la incumbencia de los norte americanos.

Esto no fue lo único que veían en masa, también asistían a las transmisiones de las telenovelas, las mexicanas eran las favoritas, las producidas por Televisa, y las venezolanas por RCTV -qpd-, de las novelas colombianas las que más gustaron fue La Abuela, La Casa de las Tres Palmas y El Gallo de oro.

Partimos para distanciarnos del lugar que nos crió y para ver el otro lado de la aurora. Viajamos buscando la fuente de nuestro nacimiento. Partimos para completar el alfabeto, para cargar nuestro adiós de promesas, para viajar tan lejos como el horizonte, anulando nuestro destino y esparciendo las páginas al viento, antes de permitir que huya, o tal vez no, nuestra historia en otros libros.2

Mucho antes que el hombre llegara a la Luna, Los Palmitos había sido conquistado por las imágenes en movimiento. En la década de los cuarenta al pueblo había llegado el cinematógrafo, el primer cine que hubo se llamó Teatro Santa Rosa3. El dueño era el Turco Julio Farak, que no era turco sino libanés4, él era el padre de Marcelina Farak. Al igual que las novelas los palmiteros preferían el cine mexicano ante cualquier otro. Las películas de Pedro Infante, pedro Armendáriz, Jorge Negrete y de “la doña” María Félix eran la predilectas; aunque era conciente de eso el gusto del Turco no se limitaba a proyectar ese tipo de películas, mientras buscaba en los teatros de Sincelejo y Barranquilla que películas proyectar se encontró con una que le causó fascinación, se llamaba El Hombre que Quiso ser Dios5; comenzó la promoción quince días antes del estreno, le dio bombos y platillos, y logró su cometido, el día de la proyección todo el pueblo asistió, tenían muchas expectativas en el filme. Mi abuela dice que solo cuando el hombre llegó a la Luna casi diez años después vió en el pueblo una conglomeración de gente igual. Antes que la película fuese por la mitad ya casi todo en público se había ido, la película había resultado un fiasco. Muchos años después Julio Farak seguiría insistiendo que El Hombre que Quiso ser Dios era una muy buena película.

Muchas cosas han cambiado desde ese 20 de Julio de 1969, sobre todo la cifra de televisores que hay en el pueblo, para ese entonces no habían más de 10 aparatos y creo que con este número estoy exagerando; en este momento deben haber tantos televisores como familias en el pueblo, incluso más; Los Palmiteros puede que duerman en una hamaca o en una colchoneta pero deben tener por lo menos uno, así sea el más “viejito”, si es a blanco y negro o a color, no es lo fundamental, lo que importa es tener donde ver las novelas, los partidos de fútbol, los noticieros, los muñequitos6 y el chavo.

Recuerdo que cuando tenía siete años veía televisión con mis primos, había un televisor en la casa de mi abuela, bastante viejo por cierto, y todas las tardes –mañanas, al medio día, a cualquier hora- nos sentábamos frente al aparato, recuerdo en especial las tardes porque veíamos los Tunder Kats, en esa época no daba miedo, la señal tenía interferencia la cual distorsionaba aun más las voces de los personajes, sobre todo de Munra –“el malo de la película”- esto era un ritual. Antes de cumplir los ocho años a mi abuela le pareció que el sitio en el que estaba el televisor no era adecuado porque estorbábamos para la movilidad dentro de la casa. El TV pasó al cuarto, una mala jugada que nos hizo la abuela, ahora ya no podíamos comer frente al televisor, además cuando el calor de la costa arreciaba no quedaba más opción que salir de la habitación y refugiarse en el kiosco de palma que tenía funciones de cocina y de comedor debajo de los abanicos de techo, escuchando las historias de la abuela.

Fue en la cocina y en relación con los Otros que yo aprendí mi historia. Es la historia de una familia que llegó del Líbano a principios del siglo pasado. Es la historia que me gusta creer y que he escuchado toda la vida en la cocina de mi abuela. Toda la información que aquí será contada la he interiorizado en una cocina, mientras comía, mientras jugaba, mientras me dormía, con solo estar ahí y sin ser conciente de lo que pasaba a mi alrededor.

Partimos hacia destinos no escritos para decir a los que hemos conocido que retornaremos para establecer relaciones otra vez. Partimos para aprender el lenguaje de los árboles que no viajan; para escuchar el tintineo de campanas en los sagrados valles en busca de dioses más piadosos; para arrancarles a los extranjeros la máscara del exilio; para susurrar a los transeúntes que, como ellos, nosotros también pasamos, y que nuestra historia es efímera, tanto en la memoria como en el olvido, lejos de madres que encienden las velas de la ausencia y acortan el lapso del tiempo cada vez que elevan sus manos al cielo7.

Mi abuela me contaba que Mis tatarabuelos habían llegado de Arabia se llamaban Marcelina Jayir y Tomás Botuma, su cuento8 comienza en el Líbano, en un pueblo que se llamaba El Cedro. Marcelina pertenecía a una familia de la aristocracia del Líbano, según mi abuela somos –fuimos- parte de la nobleza de ese país. Ella se enamoró de un trabajador de su padre, Tomás, y decidieron irse a vivir juntos, pero como él no tenía sangre azul, el papá de Marcelina se opuso a la unión y ellos tuvieron que huir. Salieron del Líbano en los primeros años del siglo XX, cuando todavía el Imperio Otomano ocupaba su país. El barco que tomaron iba a Nueva York, durante el viaje ella dio a Luz a Luis Enrique, su primer hijo; Julio, mi bisabuelo nació en Estados Unidos. Ahí estuvieron casi tres años. A veces pienso que la historia sobre un origen noble la contaban a los niños para no decirles que huyeron desplazados por la guerra.

Viajaron a Colombia alrededor del año 1900, cuando llegaron tuvieron que cambiarse el apellido de Tomás por un apellido turco, escogieron el Farak porque sus primos lo habían adoptado en el nuevo país. A los árabes para que los pudieran recibir en el país debían utilizar un apellido otomano, es por eso que los llaman turcos.

Anduvieron por varios municipios de Sucre, hasta establecerse en Los Palmitos, un pueblito que apenas se estaba comenzando a poblar. Ahí montaron una tienda de ropas y telas. Dentro de su casa ellos hablaban en árabe, pero por fuera de esta hacían su mejor intento por pasar desapercibidos, pero por estar marcados como turcos y extranjeros nunca lo lograron. Pero lo que a la gente más le molestaba era lo rápido que ellos progresaban. Ellos lograron tener una posición dentro del pueblo un poco envidiable, aunque las rachas de liquidez no eran constantes. Los costeños que no son descendientes de turcos siempre se han quejado que los turcos tienen plata, de esto el escritor David Sánchez Juliao tiene un cuento que se llama Don Abraham Al Humor: “Así como aquí acostumbran a los niños a ser botarates y borrachines, en el Líbano los acostumbran a ser ahorrador y cují…la adversidad del que viene del Líbano es positiva. Tiene que trabaja, que más hace, romperse el cuero como Sebastián de la canción, no tienen primo, tienen hambre, no tiene tía, no tiene abuela para ir a pedir cuando no tienen plata que más haces tú, trabajar hombre…” Los padres del Julio murieron cuando él era muy joven, y buscaron el apoyo de Rosa Y Juan, los primos que llegaron a Colombia antes que ellos. Como buen árabe a Julio le tocó trabajar desde pequeño y tenía talento innato para el comercio. Murieron lejos de su tierra, en un lugar donde nadie los quería, donde nadie lo quiere, donde sus descendiente siempre serán victimas del odio de alguno de los habitantes de Los Palmitos, y como un pueblo acostumbrado al odio y al dolor lo acogimos como nuestra nuevo tierra, que ya no tiene cedros sino palmas. Lo transformamos, lo mejoramos y nos odian porque ellos no lo hicieron primero.

Partimos para no ver a nuestros padres envejecer, para no advertir las marcas del tiempo en sus rostros. Partimos para anunciarles a los que amamos que aún los amamos, que la distancia no puede asombrarnos y que el exilio puede ser tan dulce y fresco como la patria. Partimos para que al regresar un día, nos reconozcamos como exilados donde quiera que estemos. Partimos para borrar la diferencia entre aire y aire, agua y agua, cielo e infierno. Nada nos importa el tiempo, contemplamos la inmensidad, vemos olas brincando como niños, mientras el mar refluye entre dos barcos: uno que parte y el otro hecho de papel en manos de un niño9.

Partimos para engañar a la muerte, pero ella nos persigue de un lado a otro10. Escapamos de los turcos, pero nunca escapamos de la muerte…Julio Farak lo sabe y por eso la espera tranquilo en su cama, en su pueblo. Él sabe que lo único que muere es el cuerpo porque él va a vivir muchas vidas más, las que quieran hacer para él sus hijos y nietos; la que va a hacer Marcelina porque ella es la continuación de su pensamiento. Mi abuela siempre me cuenta como murió el turco, parece una historia sacada del realismo mágico de García Márquez, tal vez porque el construyó su obra de las narraciones que su abuela le contaba en la cocina.

El Turco murió un 29 de Junio de 1964 hacia la media noche, la plaza del pueblo estaba a oscuras, parecía un agujero negro en medio de las lucecitas débiles de las casas alrededor. La falta de corriente eléctrica hace de Los Palmitos un lugar sombrío al caer la tarde, pero sólo hasta que el viejo Julio Farak prende una bocina que tiene en su casa amarrada en lo alto de una vara de madera; esta sobresale como la bandera de un barco. En ese momento la música invade al pueblo y la gente sale a los corredores a hablar con el vecino o saludar a todo el que pasa, para verse cuenta con la luz de la luna, cuando esta quiere dar su cara o con un mechero de gas. Como era habitual es en esta casa donde había más movimiento, a pesar que el cine Santa Rosa, ubicado en la parte de atrás y el billar que está en la parte alta estaban cerrados. Por las ventanas se veía un poco de luz y algunas sombras que caminaban en el interior. No había música ni anuncios de películas por la bocina, al igual que algunos días atrás.

Contrario a lo que parecía desde fuera, en el interior de la casa todo estaba en silencio, nadie habla, el único que lo interrumpe es el viejo Julio, con cada ataque de tos pone a andar el tiempo, que por momentos parece estar detenido. Él estaba acostado en una cama de tijera o lona en una salita de estar, la habitación no tenia ventilación, y se iluminaba con una bombilla débil, que funcionaba gracias a un motor eléctrico que noches atrás fue usado para el proyector de cine. Junto a él estaba Cristina -la hija menor-, ella le echa viento con un abanico de paja. En la casa también se encontraba Marcelina -la hija mayos-, Carmen -una nuera, esposa de Olmedo el hijo mayor-. Ellas estaban fumando en el patio las últimas calillas que les quedan.

Angélica, la esposa del viejo, se fue al cuarto de al lado, está tratando de dormir un poco porque tenía noches que no lo hacía, pero no puede conciliar el sueño. Se levantó de la cama sobresaltada. Y buscó algo en el cuarto. Se fue a la cocina y ahí se tomó una aromática, porque estaba sobresaltada, tenía la respiración acelerada y le temblaban las manos mientras se llevaba el pocillo a la boca. Marcelina que Oyó los pasos de la mamá la fue a buscar, la encuentra nerviosa y llorando. El viejo se va a morir, le dice a la hija. Le contó que mientras estaba acostada sintió que le golpeaban la cama, buscó y en el cuarto solo estaba ella. La mandó a donde Olmedo, el hijo que tiene una farmacia a tres cuadras de la casa, a buscar morfina porque en la casa ya no quedaba. Marcelina le pidió a Carmen que la acompañara, todo esto pasó sin que el viejo se enterara.

Las tres cuadras que la separaban de la farmacia del hermano parecían mucho más largas que en el día, a pesar de no haber luz y que son dos mujeres solas a altas horas de la noche, no tenían miedo, el pueblo es un lugar tranquilo.

Cuando están en medio de la plaza, Carmen le Advierte a Marcelina de la presencia de alguien desconocido, ella ve a un hombre vestido de blanco, es alto y corpulento, él se mete en un callejón, les parece extraño y lo siguen hasta ahí, pero no hay nadie. La presencia del hombre logra asustarlas, caminan más rápido, llegan a la casa, y tocan desesperadamente, cuando abren la puerta entran y cierran la rápido. Temen que el hombre las haya seguido. Aunque tienen miedo están obligadas a regresar deprisa a la casa, el miedo no tiene cabida, regresar con la morfina es la prioridad en este momento.

Cuando llegaron a la casa y entraron al cuarto donde estaba el viejo, este inmediatamente les preguntó ¿Por qué no me consultaron si necesitaba la droga? Cuando le contaron a Angélica sobre el hombre que vieron y la pregunta de Julio ella les dijo que en la casa nadie le había comentado al esposo de la salida. El 29 de Junio de 1964 murió Julio Farak de cáncer de pulmón, solo un rato después que las muchachas vieron al hombre vestido de blanco. 30 años después y a la misma hora muere Angélica, al lado de ella estaban Marcelina y Carmen.

Partimos como un payaso que viaja de poblado en poblado, guiando a sus animales que enseñan a los niños su primera lección de tedio. Partimos para engañar a la muerte que nos persigue de un sitio a otro. Continuaremos así hasta que estemos perdidos, para que donde quiera que vayamos nunca más nos encontremos a nosotros mismos y para que de esta forma nadie pueda encontrarnos11.


1. Los Palmitos es un pueblo que está ubicado al Nororiente de Sucre, en la costa atlántica colombiana.
2. Poema PARTIMOS 1955de ISSA MAJLUF. Poeta, ensayista y traductor. Obras: Estatuas para la claridad del día (1984), La soledad del oro (1992), Sueños de Oriente (1997). http://www.poesiaarabe.com/poesia_libanesa.htm
3. El nombre obedece a que la patrona religiosa del pueblo se llama Santa Rosa de Lima.
4. En la costa caribe colombiana a los libaneses, sirios o palestinos que llegaron en la primera mitad del siglo XX se les llamó turcos porque al llegar al país debieron acoger un apellido de Turquía ya que este país estaba ocupando el Líbano, por eso la confusión en el gentilicio.
5. The Man In Half Moon Street, USA 1947. trata de Un científico experimenta con métodos de rejuvenecimiento pero se ve obligado a asesinar a una persona cada varios años, en orden de prolongar su propia vida.
6. Así se le llama a las series o películas de animación EN Los Palmitos.
7. Majluf 1955
8. Hablo de cuento por que la historia tiene cierto tono de telenovela mexicana.
9. Majluf 1955.
10. Ibíd
11. Majluf 1955

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