Sucedió un sábado, en horas de la tarde, del reciente mes de diciembre, me encontraba viendo un partido de futbol recreativo en una cancha de un barrio popular de la ciudad de Sincelejo. Las miradas de los aficionados, apuntaban todas hacia el jugador que en esos momentos, se disponía a cobrar un tiro penalti, de repente, alguien que se dirigía directamente hacia donde yo estaba, desvió mi atención.
Lo vi acercarse, calzaba unas desgastadas chancletas, sus pies y parte de sus piernas estaban cubiertos de polvo, lo que daba una especie de contraste con su piel morena, vestía una raída pantaloneta y camisilla cuasi blanca; en su mano izquierda cargaba una pequeña olla de aluminio, que golpeaba con un trinche que tenía en su otra mano. “empana’ a dociento’, empana’ a dociento”, grito con voz delgada, cuando estaba cerca de mí, seño’ va a compra’ empana’, me dijo.
Ese niño, Debe tener unos siete u ocho años, pensé en ese momento; Retiró la tapa de la olla y me mostro las empanadas. Realmente no tenía la intención de comer, pero por preguntarle donde vivía, cuantos años tenía etc.…tome una. Aunque escaso en sus palabras, que eran casi monosílabos, escuche con dolor de padre, sus respuestas a mis preguntas.
Me dijo, que vivía en un barrio subnormal de la zona norte de Sincelejo, que asistió un tiempo al colegio, pero no volvió , que vendía empanadas para ayudar a su mama, que efectivamente tenía siete años y que tenía cuatro hermanitos; igualmente dijo que su padre iba a la casa “a veces”, y que “siempre toma ron” . Cuando lo vi algo desesperado, le cancelé lo que me había comido, y mil pesos que le di demás, “gracias”, me dijo, colocó nuevamente la tapa de la olla y se marcho. No le quite la vista, caminó veinte metros, cuando nuevamente grito “empana’ a dociento”, al tiempo que golpeaba la olla con el trinche. Me cuestione a mí mismo, por la miserable ayuda que le di, ante semejante drama, solo mil pesos, pero en ese momento no tenia mas. El partido de futbol me pareció lo más estúpido del mundo, mientras pensaba en mis dos hijas pequeñas y como sería si tuvieran que vivir algo similar.
Lo peor de esta historia, es que a diario la vemos, pero no la observamos con detenimiento, niños trabajando, los hay en cantidad en la ciudad; lavan motos y carros, cuidan de los mismos en las afueras de los restaurantes, colocándoles cartones para protegerlos del sol, en espera de que les den cualquier cien o doscientos pesos, venden fritos, venden verduras en el mercado, son indigentes etc. En algunas ocasiones, han salido noticias sobre acciones, contra el trabajo infantil, pero no he vuelto a saber al respecto, tampoco sobre los resultados obtenidos, o cómo podemos contribuir los ciudadanos. En fin, lo que creo, es que debe convertirse en una política pública, tanto del nivel nacional como territorial el tema de la erradicación del trabajo infantil, además que los padres sean los que nos “partamos el lomo” como se dice popularmente, y que algunos de ellos dejen de utilizar el argumento, de que se debe aprender a trabajar “desde pelao”. Los niños a estudiar y a prepararse para enfrentar el mundo con más herramientas.
Lo vi acercarse, calzaba unas desgastadas chancletas, sus pies y parte de sus piernas estaban cubiertos de polvo, lo que daba una especie de contraste con su piel morena, vestía una raída pantaloneta y camisilla cuasi blanca; en su mano izquierda cargaba una pequeña olla de aluminio, que golpeaba con un trinche que tenía en su otra mano. “empana’ a dociento’, empana’ a dociento”, grito con voz delgada, cuando estaba cerca de mí, seño’ va a compra’ empana’, me dijo.
Ese niño, Debe tener unos siete u ocho años, pensé en ese momento; Retiró la tapa de la olla y me mostro las empanadas. Realmente no tenía la intención de comer, pero por preguntarle donde vivía, cuantos años tenía etc.…tome una. Aunque escaso en sus palabras, que eran casi monosílabos, escuche con dolor de padre, sus respuestas a mis preguntas.
Me dijo, que vivía en un barrio subnormal de la zona norte de Sincelejo, que asistió un tiempo al colegio, pero no volvió , que vendía empanadas para ayudar a su mama, que efectivamente tenía siete años y que tenía cuatro hermanitos; igualmente dijo que su padre iba a la casa “a veces”, y que “siempre toma ron” . Cuando lo vi algo desesperado, le cancelé lo que me había comido, y mil pesos que le di demás, “gracias”, me dijo, colocó nuevamente la tapa de la olla y se marcho. No le quite la vista, caminó veinte metros, cuando nuevamente grito “empana’ a dociento”, al tiempo que golpeaba la olla con el trinche. Me cuestione a mí mismo, por la miserable ayuda que le di, ante semejante drama, solo mil pesos, pero en ese momento no tenia mas. El partido de futbol me pareció lo más estúpido del mundo, mientras pensaba en mis dos hijas pequeñas y como sería si tuvieran que vivir algo similar.
Lo peor de esta historia, es que a diario la vemos, pero no la observamos con detenimiento, niños trabajando, los hay en cantidad en la ciudad; lavan motos y carros, cuidan de los mismos en las afueras de los restaurantes, colocándoles cartones para protegerlos del sol, en espera de que les den cualquier cien o doscientos pesos, venden fritos, venden verduras en el mercado, son indigentes etc. En algunas ocasiones, han salido noticias sobre acciones, contra el trabajo infantil, pero no he vuelto a saber al respecto, tampoco sobre los resultados obtenidos, o cómo podemos contribuir los ciudadanos. En fin, lo que creo, es que debe convertirse en una política pública, tanto del nivel nacional como territorial el tema de la erradicación del trabajo infantil, además que los padres sean los que nos “partamos el lomo” como se dice popularmente, y que algunos de ellos dejen de utilizar el argumento, de que se debe aprender a trabajar “desde pelao”. Los niños a estudiar y a prepararse para enfrentar el mundo con más herramientas.
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