Recuerdo de un soldado



El compañero con el que compartí por muchos años en el ejército en mi vida militar se caso con quien era su novia desde la infancia.

Me toca casarme- me dijo en ese entonces -y aun que yo no lo quiera, tengo que hacerlo por él…

Recuerdo a su novia como una mujer muy pretenciosa; ociosa en el quehacer diario; maliciosa cuando tenía celos; pero sobre todo muy vanidosa, lo que la hacía una mujer odiosa, además era grotesca. Fue mi amigo, así yo lo considere y sé que él pensaba lo mismo de mí. Muy noble y siempre dispuesto ayudar a quien lo necesitara, y no siempre si lo necesitaban, en ocasiones se ofrecía hacer o deshacer, porque le gustaba hacerse sentir, era un buen tipo dentro de la idiosincrasia propia de los caribeños. Es difícil tratar de sobrevivir en la milicia sin el acompañamiento de un amigo, su compañía era de gran valor en la distancia del calor de la familia. Hasta me comprendía por pensar mal de su novia, ahora su ex-esposa. Una joven un poco menor que él, que en las visitas acostumbraba a mirar a todos por debajo de sus manos y a saludar con voz de hipocresía natural, laudable del mejor premio de actuación, chasqueando la lengua en especial cuando se hacían presentes los oficiales. Era hija de un concejal de no recuerdo que pueblo, nunca me intereso saber nada de ella y lo que supe fue porque Peña me lo contaba.

De ese noviazgo presencie más de cincuenta peleas de las que nunca faltaban golpes, aruños, insultos, improperios, es decir, maltrato de pareja, tanto verbal como físico, principalmente de ella sobre ese desgraciado. Siempre se dejaba apalear y sacar todo en cara, veía en él un gran estado de decadencia humana, sobre todo cuando lloraba en las noches maldiciéndola a ella y a su mísera vida. Al comienzo me decía que lo tenía que hacer para asegurarse su futuro cuando saliera de la contra guerrilla, pero un día me confesó que lo que sucedía es que ella le colaboraba con la mama, como quien dice se la mantenía. Peña no era muy simpático, pero era muy sumiso, un lacayo, tal vez por eso duraron todo ese tiempo, porque ella le manejaba a su antojo, claro, se sentía con todo derecho por mantener a la señora Flujencia, la madre de Peña, que conocí en un viaje a su pueblo; una señora muy amable, un poco interesada en saber la vida personal de todo los que llegaban a su casa. No creo que él llegara a quererla ni un poquito. En muchas ocasiones cuando nos encontrábamos de campaña, se topaba con muchas chicas que las sabia seducir y llevarlas a la cama, al igual que muchos de nosotros, sin ningún tipo de vanidades dado que el uniforme militar en el centro del país tiene efectos afrodisiacos ante muchas mujeres, en especial si eres costeño. Los cachacos nos decían lo mismo en relación a las mujeres de la costa y ellos. No lo creí hasta que me contaron que mi hermana menor salió embarazada de un soldado paisa. En esos momentos de francachela podía verse a Peña con otro semblante, como un niño jugando en el patio de la vecina. Se olvidaba de su novia y de ese mundo que le hacia vivir.

Yo llegue al ejército después de una redada en el billar del barrio. Mi padre, que es el dueño de la única tienda del mismo, siempre me prohibió desde muy niño la entrada a ese lugar y renegaba de las amistades con las que uno se podía juntar allí, pero nunca hice caso de sus advertencias. Hasta que un dos de enero me cogieron y me llevaron por estar remiso. Recuerdo el viaje en el camión militar, se me hizo eterno, era el menor de todos los que iban allí y no me atreví a volarme cuando pude después de que se detuvieron a echar gasolina, como lo hicieron otros cuando el tiempo se me hizo eterno. De lo que me arrepentí los primeros días cuando me cortaron el pelo y me obligaban hacer ejercicios a las cuatro hasta nueve de la mañana, por los primeros cinco meses. En el ejercito dure tres años por no tener nada estable como civil al salir de ese mundo con el que uno se encuentra como soldado, excepto continuar con el negocio de mi familia, esa tienda que para ese entonces no me llamaba la atención. No me imaginaba postrado en esas cuatro paredes despachando todo los días de mi vida desde bien temprano hasta que cayera la noche, como mi papá. Cuando uno está en el ejercito se acostumbra tarde o temprano, lo presión psicológica del Estado para hacérsenos sentir como en el paraíso tiene sus efectos y llega momentos en que no imaginas tu vida fuera de ella. Peña ingreso al ejercito voluntariamente, al igual que muchos jóvenes de su edad salían del colegio y no tenían la posibilidad de darle continuidad a sus estudios; encontrándose con pocas posibilidades de empleo, en esa situación optan por entra a las filas del ejército para luego quedarse como soldados profesionales ganando un sueldo que no alcanza para un reverendo…nada.

Mi amistad con Peña empezó cuando nos toco por destino compartir camarote en el mismo cuartel después del juramento a la bandera, gracias a que ambos sabíamos manejar carro. Eso nos facilito la estadía en nuestra carrera militar. Se me viene a la mente ¿que se haría el camión que decomisamos lleno de drogas? Ese día estábamos cerca de Brúcelas, patrullando por las carreteras. El camión se encontraba parqueado cerca a un restaurante al que entramos esa mañana a desayunar. El fuerte olor a cal era muy dominante y me tenia desesperado, huele a cocaína decían los compañeros que tenían mayor experiencia por sus años en el ejercito. Peña se percato de que el olor venía del parqueadero e indico el camión. Al abrirlo el olor se hizo mayor, efectivamente se encontraba con droga adentro. Ese día se necesitaba a alguien que supiera manejar para llevar el camión a Medellín. Peña y yo nos ofrecimos dado que éramos los únicos que lo sabíamos hacer, por lo que nos ganamos una beca en alguna formación técnica del SENA para cuando saliéramos. Cuando llegamos al batallón presentamos el camión, que ya lo esperaban. Solicitamos permiso para comer ya que en todo el día no habíamos probado bocado alguno, cuando terminamos de comer la meriendita, que fue lo que nos brindaron, no vimos el camión de regreso y no recuerdo que nos hubiesen llamado para dar las declaraciones correspondientes. De eso no preguntamos, ni comentamos nada al regreso y hasta el día de hoy nadie sabe que paso con esa carga. Pero si nos reconocieron como conductores dentro de la compañía y al igual que la droga nunca se hablo de la beca. Claro que saber manejar no nos eximio de que nos mandaran en ciertas ocasiones al combate. Un día del primer año en el ejército fue traumático para nosotros, nos toco combatir en El cañón de la llorona, donde la guerrilla del ELN nos dio de baja a dieciocho lanzas de treinta y cinco que éramos. De eso no hubo mención alguna en ningún medio. Esa noche no pudimos dormir y hasta el día de hoy hay noches en las que me levanto por tener terribles pesadillas.

Lo sucedido hoy Garzón – me dijo esa noche Peña- hace que le tenga un mayor miedo a la muerte, en esta vida uno la tiene detrás de la oreja y lo que más miedo meda es morirme sin dejar un hijo que pregunte por mí si muero. En el fondo a mí también me abrigaba el mismo temor, pero no lo confesaba para mostrar fortaleza.

Me alegró saber unos meses después que María Ana, su novia, estaba embarazada y que iba ser papá. Garzón –me dijo después de haberme contado la buena nueva- estoy súper contento, mi sueño de ser papá se cumplirá pero tengo que casarse con María Ana para que me reconozca el bebe como mío. Este seguro que es tuyo, le dije, que eso no fuera a ser otro chantaje más, que tú tienes derecho sobre tu hijo, si es tuyo, y nadie te lo puede quitar, nadie, así no te cases. Ni siquiera la mamá. Sin embargo, la idea no le molestaba, aun que le preocupaba en ocasiones. Creía que así aseguraría una mejor vida para su hijo y su mamá, pues estaba seguro que María Ana estaba embarazada de él y no tenía nada que brindarles, pues con el mísero sueldo que ganábamos a duras penas nos quedaba alguito para las llamadas.

En el primer permiso que le dieron después de la noticia, lo aprovecho para casarse, una ceremonia sencilla en la iglesia La virgen de José y aun que estábamos invitados todos, solo le dieron permiso a unos cuantos.

Hoy Mario Tomas Peña tiene ocho meses de haber nacido, y yo uno de haber solicitado la baja. Seguramente preguntara quien fue su padre cuando este mas grandecito. De mi parte le diré lo necesario, que fue una persona muy noble y siempre dispuesto ayudar a quien lo necesitara, y no siempre si lo necesitaban, en ocasiones se ofrecía. Que era un hombre de muchos sueños, que por circunstancias de la vida no pudo ser el arquitecto que soñó. Que cumplió siempre con su deber hasta que una mina antipersonal segó su vida, pero que cuidara de él donde quiera que este porque por le perdió el miedo a la muerte. Y que gracias a él hoy pude dejar de despachar y cerrar la tienda temprano para irme a despedirlo al gris funeral de un soldado que le tuvo miedo a la libertad.



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