Desde ese instante en que terminó de leer el libro de Gabo, se dijo a si misma que había llegado su hora, la hora de mostrarse al mundo como lo que en realidad era: una asidua escritora que se había dejado frustrar por el tiempo, ya no estaba dispuesta a posponer lo que le deparaba la vida.
Volvió a tomar el libro y lo hojeo sin prisa y con mucha curiosidad. Fue a fregar los platos y se perdió extasiada en su historia, en la que a partir de hoy comenzaba a escribir sin vacilar; se le vinieron recuerdos de toda su vida, de aventuras contadas por sus conocidos, de su desventura en el amor, de lo que había vivido y lo que no, de cómo organizar tantos personajes en tan pequeñas hojas, de cómo Dios iba a interceder por ella para lograr su propósito…
Fue hasta su ordenador y se concentró en que desde ahora su inspiración no iba a ser de poeta sino de narrador. Casi ruedan sus lágrimas cuando la música al compás de las teclas se confundía en un eco inexorable. Sabía que desde ahora quedaba a merced de su inspiración, sus recuerdos, su imaginación, y Dios le acompañaría en su soledad de escritora principiante, sin saber que en esas hojas quedaría plasmado su destino…
Rosalba, había sido desde siempre, una mujer con principios bien fundados, su madre oriunda de las sabanas de Sucre, nacida en 1942, casada con don José de la Esperanza, dos años menor que ella y dedicado a la agricultura, trabajador de aspecto taciturno, quien dejó en la familia una incógnita muy grande y un vacío profundo en el corazón de Rosalba, su hija menor.
Don José de la Esperanza conoció a Martirio, su esposa, una tarde de septiembre cuando se realizaban las fiestas en el pueblo, en medio del bullicio la vio pasar con su vestido de flores azules ladeado por la brisa y un peinado de los años 57, que fijaba sus facciones más recónditas como una flor en primavera. Don José no vaciló en acercarse a ofrecerle un helado para contemplar de cerca sus labios rosados, Martirio aceptó casi a regaña dientes pues siempre fue muy recatada con los hombres y de un talante evasivo ante cualquier propuesta; pero Don José con su gracia de caballero logró en cinco minutos lo que otros no hubiesen logrado en cinco meses de pretensión, Martirio lo tomó del brazo hasta el carro de helados que estaba parqueado frente a la iglesia, pidieron dos helados de chocolate al gusto de la invitada.
Dos meses después Don José se había adentrado tanto a la familia que parecía más el esposo que el novio de Martirio. Iba todos los días a cualquier hora; un día llegó empapado de rocío a las 3 de la mañana, afirmando que su despertador señaló las seis en punto hacia media hora, tenía planeado ver a Martirio acabada de levantar, pues siempre escucho decir de su padre que solo se conocía bien a la mujer que se amaba observando su aspecto cuando se levantaba. Martirio despavorida por la visita tan descabellada, negó dejarse ver y le mandó decir con Mirta su hermana, que cuando pasara su borrachera viniera a verla, mientras, que se fuera por donde vino y que preparara una disculpa bien fundada por haber interrumpido el sueño del viernes a toda su familia. Don José quedó pálido cuando Mirta le dio el recado y dejó que el mismo viera la hora en su reloj de cuerda. Desde entonces don José desconfió tanto en los despertadores de pilas que lo regaló al primero que pasó por su hacienda esa mañana y se encomendó en el canto de los gallos porque no necesitaban pilas y mucho menos se equivocaban….(…) colección de inéditos
Volvió a tomar el libro y lo hojeo sin prisa y con mucha curiosidad. Fue a fregar los platos y se perdió extasiada en su historia, en la que a partir de hoy comenzaba a escribir sin vacilar; se le vinieron recuerdos de toda su vida, de aventuras contadas por sus conocidos, de su desventura en el amor, de lo que había vivido y lo que no, de cómo organizar tantos personajes en tan pequeñas hojas, de cómo Dios iba a interceder por ella para lograr su propósito…
Fue hasta su ordenador y se concentró en que desde ahora su inspiración no iba a ser de poeta sino de narrador. Casi ruedan sus lágrimas cuando la música al compás de las teclas se confundía en un eco inexorable. Sabía que desde ahora quedaba a merced de su inspiración, sus recuerdos, su imaginación, y Dios le acompañaría en su soledad de escritora principiante, sin saber que en esas hojas quedaría plasmado su destino…
Rosalba, había sido desde siempre, una mujer con principios bien fundados, su madre oriunda de las sabanas de Sucre, nacida en 1942, casada con don José de la Esperanza, dos años menor que ella y dedicado a la agricultura, trabajador de aspecto taciturno, quien dejó en la familia una incógnita muy grande y un vacío profundo en el corazón de Rosalba, su hija menor.
Don José de la Esperanza conoció a Martirio, su esposa, una tarde de septiembre cuando se realizaban las fiestas en el pueblo, en medio del bullicio la vio pasar con su vestido de flores azules ladeado por la brisa y un peinado de los años 57, que fijaba sus facciones más recónditas como una flor en primavera. Don José no vaciló en acercarse a ofrecerle un helado para contemplar de cerca sus labios rosados, Martirio aceptó casi a regaña dientes pues siempre fue muy recatada con los hombres y de un talante evasivo ante cualquier propuesta; pero Don José con su gracia de caballero logró en cinco minutos lo que otros no hubiesen logrado en cinco meses de pretensión, Martirio lo tomó del brazo hasta el carro de helados que estaba parqueado frente a la iglesia, pidieron dos helados de chocolate al gusto de la invitada.
Dos meses después Don José se había adentrado tanto a la familia que parecía más el esposo que el novio de Martirio. Iba todos los días a cualquier hora; un día llegó empapado de rocío a las 3 de la mañana, afirmando que su despertador señaló las seis en punto hacia media hora, tenía planeado ver a Martirio acabada de levantar, pues siempre escucho decir de su padre que solo se conocía bien a la mujer que se amaba observando su aspecto cuando se levantaba. Martirio despavorida por la visita tan descabellada, negó dejarse ver y le mandó decir con Mirta su hermana, que cuando pasara su borrachera viniera a verla, mientras, que se fuera por donde vino y que preparara una disculpa bien fundada por haber interrumpido el sueño del viernes a toda su familia. Don José quedó pálido cuando Mirta le dio el recado y dejó que el mismo viera la hora en su reloj de cuerda. Desde entonces don José desconfió tanto en los despertadores de pilas que lo regaló al primero que pasó por su hacienda esa mañana y se encomendó en el canto de los gallos porque no necesitaban pilas y mucho menos se equivocaban….(…) colección de inéditos
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